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jueves, 25 de junio de 2009

Reflexionar sobre el Credo Apostólico... Hermosa confesión de la Fe

MEDITACION, REFELXION Y ANALISIS

El Credo es un símbolo de la fe en el cual se articula toda la creencia de la Iglesia. Los dos símbolos mas importantes son: el Símbolo de los Apóstoles, que es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de Roma y el Símbolo niceno-constantinopolitano, fruto de los dos primeros Concilios Ecuménicos de Nicea (325) y de Constantinopla (381), y que sigue siendo aún hoy el símbolo común a todas las grandes Iglesias de Oriente y Occidente.
Cuando proclamamos nuestra fe, lo hacemos con el Credo y su contenido debe no solo recitarse, sino llevar con cada palabra el verdadero sentimiento de nuestro corazón.

Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la tierra,
Creo que existe y reconozco un Dios que nos ha creado a nosotros y a todo el universo, Reconocemos que El es lleno de poder, Sabiduría y Amor; El es el autor de todo lo que existe.
Jesús lo confirma en el NT: “es el único Señor” (Mc. 12, 29).
Por lo anterior, al profesar a Dios único, todopoderoso y creador de todo, mis acciones, palabras, hechos y en general mi ser, debe cerrar la posibilidad a que cualquier cosa o persona que no sea Dios mismo, desvíe mi atención de El.

y en Jesucristo su Único Hijo, Nuestro Señor,
Cuando se menciona el nombre de Jesús en esta frase y al ser el verbo de la misma, expresamos que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo; Mesías, ungido; único Hijo engendrado de Dios, que eternamente está unido a El; es la Palabra de Dios, hombre verdadero y Dios verdadero. Al llamarlo nuestro “SEÑOR” reconocemos que El ha recibido poder sobre toda la creación.

Jesús, ha sido enviado al mundo “para dar testimonio de la Verdad” (Jn. 18, 37), que es re-afirmar al mundo lo que Dios es y quiere. Al ser hijo de Dios, hace parte de su esencia divina y verdad eterna. De esta manera lo reconocemos.

que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; nació de Santa María Virgen,
En esta parte de nuestra proclama de fe, reconocemos y creemos que la Palabra de Dios hizo carne (encarnación), volviéndose hombre para el propósito de nuestra salvación. Jesús es concebido por el poder del Espíritu Santo en el vientre de la Santísima Virgen María (misterio). De esta manera decimos creer que Jesús el hijo de María, es el hijo de Dios.

Jesús encarnado, está compuesto de alma racional y de cuerpo; consubstancial con el Padre según la divinidad, y consubstancial con nosotros según la humanidad; “en todo semejante a nosotros, menos en el pecado” (Hb. 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad y, por nosotros y nuestra salvación, nacido en estos últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad».

En cuanto a María, al mencionarla en nuestra profesión de fe, reconocemos que por la gracia de Dios, permaneció sin pecado personal durante su existencia. Ella es la «llena de gracia» (Lc. 1, 28). También reconocemos en María la obediencia libre que tiene a Dios, pues cuando el ángel le anuncia que va a dar a luz «al Hijo del Altísimo» (Lc. 1, 32), ella da libremente su consentimiento «por obediencia de la fe» (Rm. 1, 5).

En este sentido, vemos la pureza total de Jesús, al creer en un Dios encarnado (Divinidad de su esencia), en una mujer limpia de pecado y obediente al Padre (carne limpia).

padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, Padecer es vivir el sufrimiento. De esta manera reconocemos que Jesús, hijo de Dios, renuncia a toda su Divinidad para poder sufrir por y como nosotros. Creemos entonces que El tomó sobre si mismo el castigo que nuestros merecían y solo El pago el precio de la debido por nuestros pecados y murió como cualquier ser humano.

Jesús que como hombre (carne) y como Dios con amor, padece por el mundo, proclamado en esta parte del Credo, debe ser nuestro único camino de salvación, ejemplo de vida para amar a Dios padre y motivo para morir en esta vida y nacer a la verdadera vida eterna.

Por lo anterior, proclamar nuestra fe en la muerte y resurrección de Jesús, es declarar al mundo nuestra disposición de cargar con el la cruz, morir al pecado y nacer a la presencia de Dios.

descendió a los infiernos,
Jesús no termina su misión muriendo y resucitando, entre estos dos momentos creemos que fue al lugar donde todos aquellos que no habían recibido su redención, se encontraban esperando su liberación. Con esto, nos comprometemos a mantener las puertas del infierno cerradas, a no tocarlas ni abrirlas, pues nuestras puertas meta deben ser las del Cielo.

al tercer día resucitó de entre los muertos;
Creer en la resurrección de Jesús, es manifestar nuestra fe completa en el misterio pascual. Jesús venció la muerte por el poder de Su resurrección. Los tres días son un signo para los creyentes, una confirmación de la santidad de sus palabras. El destruyó la muerte porque no tenia pecado y la muerte es el precio por nuestros pecados. El murió para que nosotros podamos vivir eternamente a través de Su resurrección.
La Resurrección es la culminación de la Encarnación. Se constituye en prueba de la divinidad de Jesús, confirma todo lo que hizo y enseñó y realiza todas las promesas divinas en nuestro favor. Es el principio de nuestra resurrección.

subió a los cielos, está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso;



Decimos en esta parte que somos creyentes de la fidelidad de Jesús, Quien esta sentado a la derecha de Dios como Rey de Reyes y Señor de Señores, allá El prepara un lugar para nuestras almas y envía el Espíritu Santo para darnos Esperanza y Confianza en El.

desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.



Jesús nos prometió un regreso, su segunda venida, por ello expresamos aquí nuestra convicción sobre ese regreso en Gloria. Sabemos que después de muertos a esta vida seremos juzgados y también creo en el Juicio Final para todo el mundo.

Creo en el Espíritu Santo,
Con esta proclama, reconocemos la tercera persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo quien nos ha hecho templos de su Gloria. El Espíritu Santo es Dios nuestro abogado, maestro y consolador. El es el Espíritu de Amor y de Paz del Padre y del Hijo. El Espíritu Santo “ha sido enviado a nuestros corazones” (Ga. 4, 6), a fin de que recibamos la nueva vida de hijos de Dios.
Con esta parte, junto con las dos primeras, reconocemos a Dios trino y uno.

en la Santa Iglesia Católica,
Jesús fundo Su Iglesia sobre Pedro la roca, y que esta Iglesia todavía esta firme por el poder de Sus palabras a través de sucesión apostólica hasta el día de hoy; reconocemos entonces que nosotros debemos de someternos a las enseñanzas del Magisterio de la Una, Santa Iglesia: Católica, Apostólica y Romana.
Reconocer a la Iglesia en toda su dimensión nos compromete a trabajar en ella, pues somos parte integral de la misma bajo una sola cabeza, Cristo.

en la Comunión de los Santos,
La Iglesia es el cuerpo de Cristo, El es cabeza y nosotros somos los miembros. Por Gracia de Dios permanecemos en su Espíritu y entramos en comunión con las almas de aquellos quienes ya han ido ante El. Los que ya han partido, siendo en su vida terrenal Iglesia, son ahora Iglesia del cielo.
Así confirmamos nuevamente que lo que somos como hombres terrenos, seremos cuando por la muerte, debamos integrarnos a la iglesia celeste que alaba a Dios en el cielo.

en el perdón de los pecados,
Al reconocernos pecadores y que el pecado nos aleja de nuestro fin, la patria celestial, debemos buscar el perdón de los mismos. Por ello decimos que todos los pecados cometidos, excepto aquellos cometidos en contra del Espíritu Santo pueden ser perdonados, pues Jesús es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
Afirmamos en este frase que reconocemos el poder de perdonar los pecados dado por Cristo a los Apóstoles y continuado por sucesión apostólica a todos los Sacerdotes Católicos y Ortodoxos, en el Sacramento de la Penitencia donde nosotros somos reconciliados con Dios.

en la resurrección de la carne, y en la vida eterna. Amén.
Esta última frase, sella nuestra firme creencia en las palabras de Jesús: "Yo te levantaré en el ultimo día.". Al terminar con el AMEN, puntualizamos que lo dicho así es y así será.



REFLEXIÓN GLOBAL

Comprender que el Credo no es solo un juego de palabras, sino una síntesis de todo lo que nuestra vida siente y alberga al creer en Dios, su obra y su amor, debe ir mas allá de la proclama. Cada palabra dicha debe meditarse a profundidad y con todo lo que ella contiene. Actuar como lo que decimos es vivir como Dios quiere.

viernes, 12 de junio de 2009

A PROPOSITO DE LA PARTIDA DE LOS SERES QUERIDOS



Por Juan Carlos Quintero Canal



Candidato al Diaconado Permanente - Diócesis de Soacha






MORIR PARA VIVIR

Queridos hermanos en Cristo Jesús,
Hablar de vivir, hablar de morir, es hablar de dos temas que como simples palabras, al parecer se contradicen. Cualquiera que comprenda la palabra plana, podría decir que si vives no estas muerto y si estas muerto, no puedes estar vivo; mas pensar solo de esa manera, es pensar materialmente, es pensar terrenalmente como una simple realidad biológica.

Si la muerte la vemos como una negación de la vida, entonces vale lo que decía san Pablo: “comamos y bebamos, que mañana moriremos”, pues según la concepción vacía de la simple palabra, no hay nada mas que hacer.
Debemos entonces regresar toda la película y empezar a descubrir que hay en lo profundo de cada una de estas palabras; hay culturas que le han dado un sentido más alto: la muerte es una oportunidad de construir destino, es decir finalidad real y clara desde el saber que ocurre por algo y para algo.

Como Cristianos, la realidad de la muerte no puede ser contraria a la realidad que también es la vida, pues la muerte debe ser vista como un invento de la vida para poder dar sentido definitivo a una verdadera vida. En ese contexto, llegar a la muerte no es un objetivo-término, debe ser mejor un fin-meta, es decir el arribo a un punto del que se parte a otro en donde se nos acogerá definitivamente.

La muerte (que significa el fin ni significa ello), debe ser fiesta. Por ejemplo, San Francisco de Asís balanceó todas las cosas, desde oscuras a claras, viendo de esta manera la muerte como hermana que acompaña y no como enemiga que quita; así, mientras ocurría su trance cantaba salmos y alabanzas a quien lo recibiría, Dios mismo. Por ello al hablar que nuestra realidad no es vivimos para morir; sino morimos para vivir. Mejor aun con la muerte obtenemos la resurrección a la vida verdadera.

A partir de estas cortas claridades, concentrémonos en el morir para vivir.

Una primera forma de verlo es a partir de lo que estrictamente ocurre con nosotros; fijémonos en lo que nos dice Jesús "En verdad les digo: Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la destruye; Y el que desprecia su vida en este mundo la conserva para la vida eterna" (Jn. 12: 24-25). Con esta comparación, el Maestro nos lleva a entender claramente que en esta vida terrenal, somos semilla, que al morir (dejar de ser semilla, dejar de ser terrenos) y ser enterrados, brotamos en una nueva forma (la planta) que no es más que resucitar a la vida eterna, la misma semilla pero transformada.
Observemos ahora en II Timoteo lo que morir es para Vivir. "Si hemos muerto con él, con él también viviremos. Si sufrimos pacientemente con él, también reinaremos con él." (2 Tim. 2:11-12)

También morir para vivir, debe contemplarse que aun estando vivos terrenalmente, debemos morir en y para algunas cosas, por ejemplo “vivir como muertos al pecado y vivos en Cristo”. (Rm. 6:10-11).
Entonces si en vida debemos morir, pero continuando vivos, ¿a que es lo que debemos morir?. En nuestra vida terrena debemos hacer morir cosas que nos alejan de la vida definitiva y eterna, esas cosas son el pecado que nos aleja de Dios.

De nosotros depende que muera la falta de amor por Dios, el prójimo y por nosotros mismos, el odio, el rencor, el chisme, los pensamientos y las acciones impuras, el adulterio, la fornicación, la pereza, la gula, la mentira, la ambición yen general todo acto que va en contra de lo que Dios y su hijo nos han enseñado. Es definitivo, necesario e indispensable que nuestra vida muera a todo esto.
Ahora, ¿es fácil desde nuestra condición humana, hacer que todo esto muera?; la respuesta sin duda alguna es no!, pues tal y como somos creación de Dios, también somos objetivo del mal que cada vez se preocupa de tener mas y mejores estrategias para sucumbamos ante sus tentaciones.

Entonces, ¿Qué debemos hacer?. Ante nada, debemos reconocer que solos no venceremos y por ello necesitamos de una ayuda permanente, la ayuda del Paráclito, el Espíritu Santo. S.S. Juan Pablo II nos advierte con gran insistencia: "Tenemos que dejarnos guiar por el Espíritu Santo".

Cuando por medio de nuestra oración continua y fervorosa invocamos la ayuda del Espíritu, esta no se hace esperar, por el contrario acude de inmediato para defendernos de todo aquello que nos aleja de la vida verdadera; Y es que el poder de todo Cristiano debe ser la Oración, la invocación, la entrega a Dios; de esta manera venceremos en todo tiempo y momento la fuerzas del mal, esas fuerzas a las que debemos morir y que siempre buscaran herir nuestra fe y desviar el camino que Dios no ha trazado.

Si podemos morir a las ofertas de un mundo que nos absorbe constantemente, entonces viviremos para Jesús.

Hacer realidad esa vida demanda de nosotros una misión: “Amar a Dios con todo el corazón, el alma y las fuerzas y amar al prójimo, incluso a nuestros enemigos, como a nosotros mismos” (Lc. 6:27; 10:27); “hacer discípulos a todas las naciones” (Mt. 28:19); “ser sal de la tierra y luz en el mundo” (Mt. 5:13-14); “ser perfectos” (Mt. 5:48); “vivir en paz con el prójimo” (Mc. 9:59); “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Fl. 2:5).

Es así hermanos como abrimos los ojos a la vida y auque es una gran tarea la que Jesús nos ha dejado, gracias a Dios que contamos con su promesa sobre que no desfalleceremos porque ya "no hay ninguna condenación para los que están unidos a Jesús” (Rm. 8:10); “Para aquellos en cuyo corazón habita el Espíritu Santo, todo lo que merecíamos conforme a la ley, fue eliminado por la muerte y resurrección de Jesús” (Rm 8:1-4).

Vivir así "en el Espíritu" es algo maravilloso, es vivir de verdad, pues experimentamos la magnífica verdad: “no es uno el que vive, sino que es Cristo el que vive en uno” (Gál. 2:20).

En nuestro tiempo, pareciera que todo cuanto nos rodea es una prueba, un llamado de la muerte eterna, una limitación cada vez mayor a cumplir la voluntad de Dios; seguramente caeremos, pero también sabemos que al no estar solos, nos levantaremos y nunca mas ese abismo nos atraerá. Todos podemos tener esperanza, porque el poder del Espíritu Santo actúa en nosotros y su poder es ilimitado.

La patria Celestial es la meta de nuestra vida, es el propósito real para el que vivimos en este mundo. Fuimos creados para vivir con Dios viéndolo cara a cara, muriendo a la seducción del mundo y viviendo para la misión que nos ha encomendado. ¡El cielo es nuestro hogar! contemplemos a Jesús sabiendo, por fe que cuando El regrese en gloria, nos resucitará y nos llevará consigo.

Pensemos hoy en nuestro bautismo, ese fue el comienzo de nuestra marcha hacia el cielo. Con el nuestro ser interior, comienza a anhelar la plenitud de la vida, a sentirse atraída por ella. "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos buscando la futura" (Hb. 13:14).



domingo, 7 de junio de 2009

PENTECOSTES... DIA DE FIESTA

Esta maravillosa celebración de la Iglesia, en verdad nos permite renovar la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida. Ese aleteo sobre nuestra vida, debe ser la fuerza que cada día nos impulse a enfrentar cada situación, con el total convencimiento que Jesús siempre exalará su aliento sobre nosotros, dandonos de esta forma cada uno de los dones del Espíritu Santo. BREVE VIDEO DEL HERMOSO PENTECOSTES VIVIDO EN SIBATE CUNDINAMARCA